Styron describe lo indescriptible de su depresión
La depresión es una enfermedad que afecta desde hace mucho tiempo a gran cantidad de personas en el mundo, por lo que debería estar muy bien comprendida. Sin embargo, esto no es así. Es un trastorno célebre por la dificultad que tienen los afectados para dar a conocer su estado a los demás, sean médicos, terapeutas o familiares. Teniendo en cuenta lo anterior, este artículo ofrece el testimonio existencial del escritor William Styron, quien la padeció, con la finalidad de acercarnos más a este trastorno, de la mano de un profesional de la descripción.
Cuando leemos uno de los tantos artículos generales sobre la depresión, es común que se divida el tema en descripción del paciente, enfermedad, síntomas, causas, tratamiento y pronóstico. La propuesta en este artículo resumen es que veamos esos aspectos en el caso de Styron.
El paciente
William Styron fue un escritor estadounidense, nacido en Virginia en 1925 y fallecido en Massachusetts en 2006. La infancia de Styron fue difícil: su padre, ingeniero naval, sufría de depresión, y su madre murió de cáncer antes de cumplir los cuarenta años. Ingresó en la Universidad de Duke, donde en 1947 se graduó en Literatura inglesa. Fue también en esta época cuando publicó su primera obra, una antología de relatos de estudiantes. Pasó una larga temporada en Europa. En París hizo amistad varios afamados escritores, entre ellos Romain Gary. En Italia contrajo matrimonio con la escritora Rose Burgunder en la primavera del mismo año. Styron es conocido sobre todo por tres novelas: Tendidos en la oscuridad(1951) escrita a los veinticinco años; la ganadora del Premio Pulitzer Las confesiones de Nat Turner (1967); y La decisión de Sophie (1979), que trata el tema del Holocausto. La versión cinematográfica realizada en 1982 fue nominada a cinco Premios Óscar, entre ellos el de mejor actriz, que ganó Meryl Streep por su papel de Sophie. En 1985 obtuvo el Prix mondial Cino Del Duca. Ese mismo año, cayó en una profunda depresión, que recrearía luego en su obra Esa oscuridad visible (1990). Murió de neumonía, a los 81 años de edad.
La enfermedad
Como se mencionó antes, una característica de la depresión es la dificultad que tienen los enfermos para describir lo que el trastorno les hace sentir, o lo que es lo mismo, la dificultad que tienen quienes rodean al sufriente para entenderlo. Lo único que saben los pacientes es que es una enfermedad grave, aunque no parezca, y son muy pesimistas acerca del futuro, ya que no parece tener remedio, por lo menos a corto ni mediano plazo.
Dice el escritor sobre su trastorno:
La depresión es un desorden psíquico tan misteriosamente penoso y esquivo en la forma de presentarse que llega a bordear lo indescriptible… No es fortuito el obligado recurso al término «indescriptible», pues conviene recalcar que si el dolor fuera fácilmente descriptible la mayoría de los incontables pacientes de este antiguo padecimiento habrían sido capaces de especificar fidedignamente para sus amigos y seres queridos (y aun sus médicos) algunas de las auténticas dimensiones de su tormento, y tal vez atraerse una comprensión que generalmente no ha existido; tal incomprensión ha obedecido por lo común no a falta de compasión humana, sino a la incapacidad básica de las personas sanas para representarse una forma de tormento tan ajena a la experiencia de cada día.
Para dar un ejemplo de la imposibilidad que tienen las personas sanas de comprender a los deprimidos, cuenta su propia reacción (antes de ser presa de la enfermedad) cuando vio deprimidos a algunos de sus más cercanos amigos:
Eran para mí achaques abstractos, pese a la compasión que me inspiraran, y no tenía ni un atisbo de sus auténticas dimensiones ni de la índole del sufrimiento que tantas víctimas experimentan mientras la mente continúa en su insidiosa disgregación… La tortura de la depresión grave es totalmente inimaginable para quienes no la hayan sufrido, y en muchos casos mata porque la angustia que produce no puede soportarse un momento más.
Sin embargo, añade luego que no es posible generalizar ningún caso particular de depresión:
Al exponer estas reflexiones no es mi intención que la dura prueba por la que he pasado valga como representación de lo que sucede o pueda suceder a otros. La depresión es demasiado compleja en su causa, sus síntomas y su tratamiento para que puedan sacarse conclusiones indiscriminadas de la experiencia de un solo individuo. Aunque, como enfermedad que es, la depresión presenta ciertas características invariables, también da pie para muchas idiosincrasias; yo me he quedado atónito ante algunos de los caprichosos fenómenos…
De lo único que el autor está seguro es sobre la gravedad del mal y la pobre expectativa de sanar, que acompaña la enfermedad:
La depresión, como bien pocos ignoran, solía conocerse por el término «melancholia»… (que es) una palabra muchísimo más apta y sugerente para las formas más funestas del trastorno; pero fue suplantada por un sustantivo de tonalidad blanda y carente de toda prestancia y gravedad (depresión)… Yo propugnaría una designación que fuese de verdad impresionante. «Brainstorm» [tormenta en el cerebro, en sentido literal]…, se necesita algo en esa línea. Al oír que la perturbación psíquica de alguien se ha convertido en tormenta… hasta el profano desconocedor del mal mostraría compasión, en vez de la reacción típica que la depresión suscita, cosas como «Bueno, ¿y qué?» o «Ya saldrás de ella» o «Todos tenemos días malos».
Y añade:
La imposibilidad de hallar alivio es uno de los factores más angustiosos de dicho desorden, tal como se le manifiesta a la víctima y contribuye a situarlo sin reservas en la categoría de las afecciones graves… En la depresión, esta fe en el rescate, en el final restablecimiento, falta por completo. El sufrimiento es inconmovible, y lo que hace intolerable la situación es saber de antemano que no llegará ningún remedio: ni en un día, una hora, un mes o un minuto. Si se da una ligera mitigación, sabe uno que es sólo temporal; le seguirá más tormento. Aún más que dolor, es desesperación lo que apabulla el alma.
Los síntomas
Respecto a los síntomas, los presentamos en el orden en que los menciona en su libro, que parecen ir desde los más leves al comienzo, hasta los más graves posteriormente. Habla el escritor de la ansiedad, el sentimiento de fragilidad, cambios en el apetito, insomnio, alteraciones de la voz y de la libido, ausencia de autoestima, dependencia y miedo al abandono, hipocondría, sensación de locura, extrañeza con los lugares conocidos, dificultades para las relaciones interpersonales, y el principal, el sentimiento general de pérdida.
Sobre la ansiedad, afirma:
empecé a experimentar un malestar vagamente aflictivo, la sensación de algo que se hubiera torcido en el universo doméstico en el que había vivido tanto tiempo, tan confortablemente. No fue realmente alarmante al principio, puesto que el cambio fue sutil, pero sí advertí que mi entorno adquiría un tono distinto en determinados momentos: las sombras del anochecer parecían más lóbregas, mis mañanas eran menos vivaces, los paseos por el bosque perdieron aliciente, y había un rato durante mis horas de trabajo a la caída de la tarde en que se apoderaba de mí una especie de pánico y ansiedad, sólo por unos minutos, acompañado de un amago visceral.
Acerca del sentimiento de fragilidad dice que aunque sucedió durante un verano excepcionalmente hermoso:
sentía una especie de entumecimiento, una enervación, pero de forma más concreta una extraña sensación de fragilidad, como si mi cuerpo realmente se hubiera vuelto deleznable, hipersensible y de alguna manera desarticulado y torpe, falto de la normal coordinación.
Algo que no suelen mencionar los manuales clínicos pero que se descubre en la experiencia clínica, es algo que relata Styron acerca de alteraciones respecto a su voz. Asevera:
Recuerdo especialmente la lamentable semi-desaparición de mi voz. Sufrió una extraña transformación, tornándose a veces muy apagada, jadeante y espasmódica; un amigo observó posteriormente que era la voz de un nonagenario.
Otro síntoma que también describe es la desaparición del deseo sexual:
La libido también hizo un mutis precoz, como suele en la mayor parte de las enfermedades importantes…
Y dice luego sobre el mismo tema, no sin cierto humor:
Dijo el Dr. Gold con una cara muy seria, que el fármaco (que le había prescrito), a dosis óptimas podía tener como efecto secundario la impotencia. Hasta ese momento, aunque abrigaba algún recelo respecto a su personalidad, no le había creído totalmente falto de perspicacia; ahora no estaba ya seguro en modo alguno. Poniéndome en el lugar del Dr. Gold, me pregunté si pensaría en serio que aquel exhausto y maltrecho semi-inválido con su cascada voz de viejo y su arrastrar de pies se despertaba cada mañana de su sueño inducido por (el medicamento), ávido de retozo carnal.
También notó el escritor cambios en su apetito:
Muchos (pacientes) pierden por completo el apetito; el mío era relativamente normal, pero vi que comía tan sólo por la subsistencia: los alimentos, como todo lo demás en el ámbito de la sensación, estaban para mí enteramente desprovistos de sabor, la más angustiosa de todas las perturbaciones de la vida vegetativa…
Otro aspecto que se suele alterar es el dormir:
Mis escasas horas de sueño concluían por lo común a las tres o las cuatro de la mañana, hora en que abría los ojos al inmenso bostezo de la oscuridad, considerando con estupor y angustia la devastación que arrasaba mi mente y esperando el alba, que por lo general me permitía un breve duermevela febril y sin ensueños.
Un síntoma más era la baja o ninguna autoestima y la dependencia de los demás:
De las muchas manifestaciones temibles de la enfermedad, tanto físicas como psicológicas, el sentimiento de odio de sí mismo —o para decirlo de forma menos categórica, la ausencia total de autoestima— es uno de los síntomas más universalmente experimentados… La pérdida de la estimación propia es un síntoma famoso, y mi sentimiento del yo había punto menos que desaparecido, junto con toda confianza en mí mismo. Esta pérdida puede degenerar en seguida en dependencia, y la dependencia en un miedo infantil… De las imágenes recordadas de aquellos días, la más grotesca y desconcertante sigue siendo la de mi persona, como un crío de menos de cinco años, arrastrándome por un mercado tras los talones de mi sufridísima esposa; ni por un instante podía permitirme perder de vista aquel alma de paciencia inagotable que se había convertido en niñera, mamá, consoladora, sacerdotisa y, lo más importante de todo, en confidente: consejera erguida en el centro de mi existencia como una roca.
Todos estos sentimientos y alteraciones se acompañaban, según Styron, de una sensación de locura; de ahí que su libro se subtitule Memorias de una locura. Él manifiesta:
No se dude jamás que la depresión, en su forma extrema, es locura… Con todo este desbarajuste en los tejidos del cerebro, la privación y la saturación alternas, nada tiene de extraño que la mente empiece a sentirse afligida, maltrecha, y el encenagado proceso del pensamiento registre la zozobra de un órgano en convulsión… Pronto se manifiestan síntomas como la lentitud cada vez mayor en las respuestas, una semi-parálisis, el corte de la energía psíquica hasta casi cero. Por último es afectado el cuerpo, y se siente socavado, exangüe…
Todos estos síntomas corporales conducen muy frecuentemente a los miedos a las enfermedades corporales, lo cual ha llevado a que desde hace mucho tiempo se relacione la depresión con la hipocondría:
Me vi sumido en las angustias de una profunda hipocondría. En mi físico nada marchaba del todo bien; había contracciones nerviosas y dolores, a veces intermitentes, a menudo con viso de constantes, que parecían presagiar todo género de horrendos achaques… Es fácil apreciar cómo dicho estado es parte del aparato de defensa de la psique: negándose a aceptar su propio deterioro progresivo, anuncia a su conciencia interior (en el cuerpo).
Respecto a la extrañeza con los espacios conocidos, relata Styron:
uno de los rasgos inolvidables de esta fase de mi trastorno fue el modo en que mi propia casa de campo, mi hogar querido durante treinta años, adquiría para mí, en aquel punto en que mi ánimo se hundía de ordinario en su nadir, un cariz siniestro casi palpable… Me preguntaba cómo era posible que aquel lugar amigable, rebosante de evocaciones pudiera parecer, de un modo casi tangible, tan hostil y repulsivo. Físicamente no estaba solo. Como siempre, hallábase presente Rose, y escuchaba mis quejas con paciencia infatigable.
Aunque no es un síntoma presente en todo tipo de depresión, algunos están acompañados de ansiedad, y ese fue el caso del autor:
Sobrevenían también terribles, repentinos ataques de ansiedad. Cierto día radiante, en un paseo por el bosque con mi perro, oí una bandada de gansos del Canadá graznando allá arriba sobre los árboles de frondas resplandecientes; una vista y un son que normalmente me habrían alborozado, el vuelo de aves me hizo detenerme, clavado de temor, y permanecí allí encallado, desvalido, temblando…
También se suele presentar una gran dificultad en las relaciones con otras personas, como bien lo manifiesta Styron:
(El que padece depresión), al igual que un herido de guerra obligado a caminar por su pie, se ve empujado a las más intolerables situaciones familiares y sociales… Uno tiene que procurar dar conversación a la gente, y contestar preguntas, y asentir con la cabeza o fruncir el ceño en los momentos pertinentes, y, Dios le valga, hasta sonreír. Pero ya es un suplicio intentar pronunciar unas pocas y simples palabras.
Sin embargo, Styron resalta que el principal síntoma de la depresión es el sentimiento generalizado de pérdida:
Uno teme la pérdida de todas las cosas, de todas las personas allegadas y queridas. Hay un miedo intenso al abandono. Estar solo en casa, siquiera un momento, me producía un pánico y una alarma extraordinarios… El intenso sentimiento de pérdida se relaciona con una clara noción de que la vida se escapa de las manos a paso acelerado. Se adquieren unos apegos vehementes. Cosas absurdas —mis gafas de lectura, un pañuelo, determinado útil de escribir— se convertían en objetos de mi demencial sentido de la posesión. Cualquier extravío momentáneo de dichos objetos me llenaba de una consternación frenética, por ser cada uno de ellos el recordatorio tangible de un mundo que pronto iba a extinguírseme.
Más adelanta profundiza en este sentimiento generalizado de pérdida:
La pérdida en todas sus manifestaciones constituye la piedra de toque de la depresión: en el desarrollo de la enfermedad y, con toda probabilidad, en su origen. En una fecha posterior iría convenciéndome poco a poco de que la pérdida abrumadora sufrida en la infancia hubo de figurar como probable génesis de mi trastorno”.
Las causas
Se ha descubierto que la depresión tiene muchos factores que la pueden causar. La herencia es uno de ellos y es que hay familias completas en las que aparece. Pero también el ambiente incide en su desarrollo, y es que hay hechos estresantes que la pueden desencadenar. También influye el alcohol o el abuso de drogas, ciertas enfermedades, y acontecimientos vitales estresantes, tales como rupturas afectivas, pérdidas de empleo, duelos y aislamientos sociales. Esta última situación es una causa común en los ancianos. A lo anterior se suman las hipótesis de alteraciones químicas en el cerebro.
En su caso, Styron explora también varias posibles causas. Las principales que menciona son el alcohol, la herencia, el duelo no elaborado, la edad y la insatisfacción profesional.
Sobre la posibilidad de que fuera el alcohol el causante de su trastorno, el autor reflexiona:
Después de mi recuperación… se me ocurrió preguntarme —por vez primera con auténtico interés— cuáles podrían ser las causas de haber sido visitado por semejante calamidad… Cuando pensaba en esta curiosa alteración de mi conciencia daba por supuesto que todo tenía que ver de un modo u otro con mi retirada forzosa del alcohol. (Era una) sustancia de la que llevaba abusando cuarenta años… Desde luego, hasta un cierto punto esto era verdad… Como todos deben saber, es un deprimente de primer orden; a mí nunca me había deprimido realmente en mis largos años de adicto a la bebida, obrando en cambio como escudo protector contra la ansiedad. Y de pronto se desvaneció; el formidable aliado que durante tanto tiempo había tenido a raya a mis demonios ya no estaba allí para impedir que esos demonios empezaran a pulular por el subconsciente, y yo estaba emocionalmente en cueros vivos, vulnerable como jamás me había visto hasta entonces. Sin duda, la depresión llevaba años rondándome, aguardando el momento de abalanzarse sobre mí…
La otra causa posible en la que Styron piensa es la herencia:
La predisposición al mal provenía, he llegado a creer, de mis primeros años: de mi padre, que combatió a la gorgona durante buena parte de su vida y fue hospitalizado en mi niñez tras una desesperada caída en espiral que, en visión retrospectiva, he venido a estimar muy semejante a la mía. Las raíces genéticas de la depresión parecen hoy algo incontrovertible.
Pero no descarta el duelo no elaborado. Al respecto declara:
tengo el convencimiento de que un factor aún más significativo fue el fallecimiento de mi madre cuando contaba yo trece años; este trastorno —la muerte o desaparición de un progenitor, especialmente la madre, antes de o durante la pubertad— aparece reiteradamente en la literatura sobre la depresión… El peligro es especialmente manifiesto si el adolescente es afectado por lo que ha recibido la denominación de «duelo incompleto», es decir, si ha sido incapaz de alcanzar la catarsis del dolor y de este modo lleva dentro de sí… Si esta teoría del duelo incompleto tiene validez, y creo que la tiene, y si también es cierto que en los más hondos entresijos del comportamiento suicida de una persona ésta todavía se debate subconscientemente con una inmensa pérdida mientras trata de superar todos los efectos de su devastación, entonces mi propia evitación de la muerte quizá fuera un homenaje tardío a mi madre.
Pero Styron se plantea también otras posibles causas:
¿La dura circunstancia, de que más o menos por las fechas en que fui atacado doblaba los sesenta? ¿O pudo ser quizá que una vaga insatisfacción con los derroteros que llevaba mi obra —ese ataque de inercia que me ha acometido una y otra vez durante mi vida de escritor, tornándome hosco y descontento?…”
Para terminar al final, planteando lo siguiente:
Jamás sabré lo que «causó» mi depresión, como nadie sabrá nunca nada acerca de la suya.
El tratamiento
Luego de sentir todos los anteriores síntomas y de reflexionar sobre las causas de su enfermedad, el escritor hace una reseña de lo que fue su tratamiento.
Comenta antes que dos años antes de su depresión, fue tratado por un psiquiatra con fármacos basados en la benzodiacepina, como ayuda para conciliar de noche el sueño, con el comentario del médico de que podía tomarlo tan despreocupadamente como la aspirina. Styron califica luego esta recomendación como un acto irresponsable por parte del médico, por cuanto descubre posteriormente que este tipo de medicamentos administrados en tan alta dosis puede deprimir el ánimo e incluso precipitar una depresión mayor.
Luego de ser diagnosticada su depresión, el escritor comienza un tratamiento con un médico que actúa como su psiquiatra a la vez que como terapeuta. Este último papel lo encuentra el autor benéfico en el sentido de que proporciona al paciente:
un punto focal hacia el que puede uno encaminar las agonizantes energías; ofrece consuelo si no mucha esperanza, y se constituye en recipiente de un aluvión de penas durante cincuenta minutos, lo que también sirve de alivio para la esposa de la víctima.
El tratamiento inicia con una intensidad de dos sesiones semanales, en las que el paciente se enfrentaba con la dificultad de describir su enfermedad:
era poco lo que podía yo decirle, salvo intentar, en vano, describir mi desolación.
Como suele suceder a menudo, el medicamento le produjo efectos secundarios molestos, y se enfrentó entonces al delicado proceso de cambio de fármaco:
Cuando le informé de este problema, se me dijo que debían pasar diez días más para que el fármaco evacuara mi organismo antes de comenzar con otro medicamento distinto. Para quien está amarrado a semejante potro de tortura, diez días son como diez siglos… y esto sin contar el hecho de que cuando se inicia el tratamiento con un nuevo fármaco tienen que transcurrir varias semanas antes de que haga efecto, lo que, de todos modos, dista mucho de estar garantizado.
La evaluación de Styron sobre la psiquiatría es justa pero reconociendo sus limitaciones, en especial para una depresión mayor, como era su caso:
A la psiquiatría debe reconocérsele el mérito de su persistente lucha para tratar farmacológicamente la depresión… No cabe la menor duda que en ciertos casos moderados y algunas formas crónicas de la enfermedad (las denominadas depresiones endógenas), las medicaciones han resultado inestimables, alterando a menudo de forma espectacular el curso de una perturbación grave. Por razones que todavía no están claras para mí, ni las medicaciones ni la psicoterapia consiguieron detener mi zambullida hacia las profundidades… Pero hasta el día en que se descubra un agente de acción rápida, nuestra fe en la cura de la depresión grave por medios farmacológicos tendrá que seguir siendo provisional.
Aun teniendo en cuenta que Styron escribió esto hace ya bastantes décadas y que en este tiempo se han generado medicamentos más efectivos y con menos efectos secundarios, es necesario aceptar que todavía encontramos pacientes hoy en día que pueden llegar a las mismas afirmaciones del autor.
Pronóstico
Sin embargo el libro de Styron finaliza con dos aspectos positivos del escritor en un libro tan doloroso y realista. El primero, es el pronóstico optimista que, a pesar de todo lo anterior, tiene el final de la depresión, siempre y cuando el paciente resista. El segundo es el efecto tan benéfico que tiene el apoyo de familiares y amigos en el tratamiento de la enfermedad.
Las reflexiones finales del escritor representan en nuestro concepto lo más importante de su libro. De la misma manera imprevista en que, en ocasiones, hace su aparición el monstruo de la depresión, de la misma manera repentina suele desaparecer. Hay un aspecto que interesa mucho a los analistas junguianos y es que durante la depresión suelen disminuir o desaparecer los sueños. Es lo que llamamos el “estreñimiento onírico”. Pues, bien en el caso de Styron, la recuperación se manifestó con la reaparición de un sueño:
Había tenido mi primer sueño en muchos meses, confuso pero imperecedero hasta la fecha, con una flauta en algún punto impreciso, y un ganso silvestre, y una muchacha bailando… No me sentía ya un cascarón vacío sino un cuerpo con algunos de los ricos jugos corporales de nuevo en ebullición.
Y su evaluación general, amplia y optimista de la depresión, la basa, como tantos sufrimientos en la vida en el paso del tiempo:
Merced a la acción curativa del tiempo —y gracias también a la intervención médica o a la hospitalización en muchos casos— la mayor parte de los afectados sobrevive a la depresión, lo que quizá constituya su único aspecto benigno… La inmensa mayoría de las personas que pasan por depresiones, aun las más graves, sobreviven a ellas, y viven después al menos tan felizmente como las no afectadas por este mal. Salvo por lo terrible de algunos recuerdos que deja, la depresión aguda inflige pocas lesiones permanentes…
Pero el realismo del escritor no deja de plantear los riesgos, en su mirada optimista:
Un número considerable —prácticamente la mitad— de los que sufren el estrago una vez serán atacados de nuevo; la depresión posee el hábito del retorno. Pero la mayor parte de las víctimas salen incluso de estas recaídas, y bien a menudo defendiéndose mejor por haber llegado a estar psicológicamente preparadas, merced a la pasada experiencia, para lidiar con el monstruo.
Sin embargo, reitera que la terrible enfermedad suele terminar en la cura:
Es de enorme importancia que a quienes sufren un asedio, acaso por vez primera, se les hable —se les convenza, más bien— de que la enfermedad seguirá su curso y ellos saldrán del trance. Ardua tarea, ésta: gritar «¡arriba esa barbilla!» desde la seguridad de la orilla a una persona que está ahogándose es casi tanto como insultarla, pero se ha demostrado una y otra vez que si el esfuerzo por dar ánimo es bastante tenaz —y el auxilio prestado no menos decidido y afanoso— la persona en peligro suele salvarse casi siempre.
El peor enemigo de la depresión parece ser precisamente el pesimismo y el cansancio, y el mensaje de Styron es precisamente que la depresión no es invencible, que no es la aniquilación del alma, como puede llegar a pensar el sufriente. Y su testimonio, al igual que el de otros hombres y mujeres que la han padecido y se han repuesto, es la prueba de que se le puede derrotar:
La mayoría de quienes son presa de la depresión en su forma más nefasta se halla, por la razón que sea, en un estado de quimérica desesperanza, atormentados por exagerados males y fatales amenazas que no guardan la menor semejanza con la realidad. Es menester por parte de amigos, amantes, familia, admiradores, una devoción casi religiosa para persuadir a los pacientes del valor de la vida, lo que tantas veces está en conflicto con el sentimiento de su propio demérito que tienen estas personas, pero tal devoción ha evitado incontables suicidios… Todo el que ha recobrado la salud, ha recobrado casi siempre el don de la serenidad y la alegría, y esto quizá sea reparación suficiente por haber soportado la desesperación más allá de la desesperación.”
Ya se mencionó anteriormente la dependencia que el escritor desarrolló hacia su esposa. Ese es el lado negativo. El positivo es que fue el soporte que necesitó para soportar la enfermedad. Refiriéndose a su esposa dice:
aventuraría la opinión de que muchas de las desastrosas secuelas de la depresión podrían conjurarse si las víctimas recibieran un apoyo como el que ella me dispensó a mí.
Otra persona que le ayudó mucho durante su depresión fue un amigo, que había pasado por una crisis igual o peor que la suya:
Durante el mismo verano de mi declinación, un íntimo amigo mío —un famoso columnista de prensa— fue hospitalizado a causa de una grave psicosis maniacodepresiva. Por las fechas en que yo comenzaba mi derrumbamiento otoñal mi amigo se había recobrado, y nos manteníamos en contacto por teléfono casi a diario. Su apoyo fue incansable e inapreciable. Él fue quien me amonestó sin tregua insistiendo en que el suicidio era «inaceptable».
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